Yo tendría unos 4 años cuando mi madre me llevó al médico porque “respiraba por la boca”. Tenía la nariz constantemente taponada. El pediatra dijo que era un catarro propio de la edad y que se me pasaría al crecer.
Hasta 50 años más tarde no descubrí que era tan solo uno de los muchos síntomas de los problemas de reflujo con los que había tenido que enfrentarme constantemente. Toda mi vida he tenido problemas de salud que, según sé ahora, se debían al reflujo.
Siempre he tenido problemas de catarro y rinitis. Las pruebas de alérgenos que he realizado siempre han dado resultados negativos.
Cuando tenía seis años me extirparon las amígdalas y las vegetaciones con la idea de que eso me ayudaría.
De niño me hacían lavados de oídos con jeringa todas las semanas, y todavía tengo las cicatrices que me provocaron. Siempre he tenido un mal sentido del olfato, y solía sufrir sinusitis y cefaleas. En ocasiones me han realizado una irrigación de los senos nasales.
Mi padre tomaba antiácidos como si fueran caramelos, y cuando yo empecé a sufrir unos ardores espantosos (como si alguien me estuviera atacando con un lanzallamas en la garganta), comencé a hacer lo mismo.
Mi padre murió cuando yo era adolescente. Sufrió un infarto, pero lo más probable es que creyera que era una nueva indigestión. En mi vida adulta, mi dentista me reñía cuando me salía una caries y me acusaba de comer demasiados dulces. He sufrido episodios de reflujo tan malos que he tenido que pasar muchas noches sentado entre las 2 y las 4 de la mañana, tosiendo y bebiendo cantidades ingentes de Gaviscon para tratar de aplacar el ardor.
He sufrido ataques de tos, en ocasiones dos o tres veces al día, en los que me he llegado a desmayar. Hace poco he sufrido síndrome del vaciamiento gástrico, que puede haber sido el detonante de que haya perdido la conciencia en tres terribles ocasiones. Me han derivado unas cuantas veces al departamento de otorrinolaringología, donde me he quejado de tos crónica, ronquera, etc. En todas las ocasiones empezaron por comprobar mi audición y, cuando descubrían que era algo defectuosa (especialmente en el oído derecho), me han dicho que podía deberse a las cicatrices dejadas por los lavados realizados en mi infancia. Además, padezco acúfenos desde hace años. Me dieron un inhalador contra el asma que nunca surtió efecto alguno.
Como tenía sequedad en los ojos, me realizaron un análisis de sangre para comprobar si tenía síndrome de Sjögren, pero me dijeron que era poco probable que así fuera puesto que soy un hombre. He experimentado acalasia y he estado tumbado en el suelo, golpeándome el pecho, tratando desesperadamente de conseguir que el trozo de pollo que acababa de tragar siguiera avanzando. He tenido cálculos renales, colecistitis y pancreatitis.
Me sometí a una funduplicatura de Nissen, a una colecistectomía y a una cirugía de revisión de Collis-Nissen. He pasado años consumiendo omeprazol de 80 mg (además de otros IBPs y antagonistas H2). He experimentado hipoclorhidria inducida.
He padecido anemia y he sido incapaz de recorrer 50 metros a pie, y puede que haya sufrido hipocalcemia (me fracturé el tobillo tras una simple caída con la bici).
He tenido esófago de Barrett durante al menos 25 años, y probablemente durante mucho más tiempo. Tras conseguir expulsar una piedra en el riñón durante unas vacaciones, el médico que me trató me dijo que fuera a ver a mi médico de cabecera cuando volviera a casa. Quería saber qué había causado la piedra, y tras un examen se dio cuenta de que era el exceso de calcio de todos los antiácidos que había consumido. Solicitó que me hicieran una endoscopia. El cirujano que la practicó giró la pantalla para que yo también pudiera ver el proceso mientras señalaba mi esofagitis (la razón por la que había estado tomando antiácidos), la hernia de hiato culpable de mi reflujo y el trozo de tejido que “se parecía al de los intestinos” y que podía desembocar en un cáncer. Me ofreció la posibilidad de someterme a una cirugía abierta que me aterrorizó y que rechacé, y comencé un régimen de IBPs, que acababan de llegar al mercado.
Unos años más tarde, cuando los IBPs se fueron volviendo menos eficaces y la tos fue empeorando, comencé a investigar en la biblioteca. Cuando descubrí las fotografías del esófago de Barrett, parecido al tejido intestinal, y leí que podía progresar al cáncer, lo reconocí de la vez en que lo había visto en la pantalla de aquella primera endoscopia. Mi investigación no se detuvo ahí, e internet ha facilitado enormemente el proceso.
En un primer momento no fui al médico para tratar el ardor porque pensé que era algo normal. Quiero asegurarme de que nadie más hace caso omiso de los síntomas. Mi esófago de Barrett podría haberse quedado sin diagnosticar, y no creo que vaya a convertirse en cáncer, pero si lo hiciera, ¿cuándo me habría enterado? Habría tenido que esperar a que los síntomas fueran tan graves que me hubiera visto obligado a tratarlos, y entonces me habrían diagnosticado un cáncer demasiado tarde como para hacer nada al respecto.
El esófago de Barrett es un trastorno reconocido como un posible precursor del cáncer. El cáncer de esófago es el quinto cáncer que más fallecimientos provoca en el Reino Unido, el país con mayor incidencia de casos de esta enfermedad que arrebata una media de una vida por hora.
Podría haber un millón de personas con esófago de Barrett en el Reino Unido, pero menos de un 10% de ellas lo saben. Si fuéramos capaces de identificar a todos los que lo padecen, podríamos reducir las cifras de personas que mueren debido a la ignorancia.
Muy interesante